Nos llamamos humanos…

Mientras escribo estas páginas lloro. Lloro de rabia, de impotencia, de pena y de mil sentimientos que me provoca la portada de El Mundo fundamentalmente el video que no me he atrevido a ver, porque ya solo la imagen de portada que lo ilustra me rompe en alma en mil pedazos.

Un niño, más pequeño que mi hijo, muerto en un playa que sus padres anhelaban elcanzar seguramente sólo para poder darle una vida digna. Qué desesperación tendrían esos padres para meter a su hijo, lo que más quiere un padre en su vida, en una barca cuyo destino más probable era la muerte…

Como madre creo que no soy capaz de llegar a imaginarlo y ahora, mientras lloro, sólo pienso en que al menos puedan darle un descanso digno a ese pequeño que ha pagado la inhumanidad de este mundo sin tener ninguna culpa. Un niño que sólo debería conocer lo que son las risas, el amor, la protección, los juegos y los sueños… O, como mucho, el miedo a la oscuridad, pero jamás a la muerte.

Y reconozco que esta imagen ha sido la que ha colmado el vaso después de semanas viendo las tragedias que miles de personas están padeciendo mientras millones nos limitamos a verlas sentados en nuestros sofás, quizá mientras comemos o reposamos la comida. Imágenes que se quedan grabadas en la retina pero para las que cada vez parece que estamos más insensibilizados porque las borramos de nuestra memoria, donde esas personas se convierten por arte de magia en los telediarios en cifras, estadísticas y en un «problema» para los países a los que intentan llegar.

Son personas, familias, que no vienen a quitarnos el trabajo, ni la sanidad, ni a delinquir… Sólo buscan tener la posibilidad de tener derecho a vivir, porque han tenido la desgracia de nacer donde otros seres «humanos» no se lo quieren permitir.

Lloro porque nosotros nos hacemos llamar humanos cuando somos capaces de generar estas tragedias y permanecer como espectadores, sin hacer nada, cuando ocurren y dejan efectos devastadores. Sé que probablemente quien me lea sienta que no puede hacer nada, que los ciudadanos de a pie somos demasiado poco para actuar ante una emergencia tan grande… Pero seguro que algo podemos hacer, no sé, aunqe sea a través de ONG’s que están trabajando con los refugiados, alzando la voz…

No lo sé, pero me rebelo, me niego a pensar que sólo podemos asistir a esta situación de drama, muerte y desgracia callando y viéndolo en los telediarios o en los periódicos. Sé que no es nada, que mi voz no llega a la altura ni de un susurro, pero la quiero alzar para pedir que todos ayudemos, y me incluyo la primera, y que de una forma u otra hagamos llegar a los gobiernos intervengan pero no porque sea un «problema» sino porque hay que luchar contra un drama como éste…

Escribir estas palabras no me hace sentir mejor, sé que no llegarán lejos, pero con que llegue a una sola persona a la que le remueva el corazón, que se revele y que quiera colaborar, que busque la ONG a la que puede aportar su grano de arena porque todas están trabajando con los refugiados (Unicef, Cruz Roja…) habrá valido la pena.

No lo sé, sólo sé que esta vez no quiero llorar en silencio…

Tanto que aprender…

¿Cómo es posible ver casos como el de Carmen y seguir como si no pasara nada?

¿Cómo es posible ver casos como el de Carmen y seguir como si no pasara nada? Fotografía AP

Lo bueno de este mundo es que cada día aprendes una nueva lección y eso te hace seguir adelante con más impulso aún si cabe. Y es que nos queda tanto por aprender… Aunque sea a base de lágrimas y de encontrar historias que antes te han roto el alma.

Yo esta semana me quedo con la historia de la mujer desahuciada en el barrio madrileño de Entrevías, con la que nadie tuvo consideración hasta que el Rayo Vallecano decidió organizar un partido en su beneficio.

Ella sólo quería acabar sus días en la casa en la que llevaba viviendo cinco décadas, pero la codicia humana, esa que crece exponencialmente cuándo otros más lo necesitan, hizo que el desalmado que le prestó a su hijo dinero para rehacer su vida aprovechando que los bancos no están por la labor, lo denunciara para quitarle ese hogar.

Y, sin embargo, esta mujer nos ha demostrado que nos queda mucho por aprender. De los casi 20.000 euros recaudados para ella ha cogido aproximadamente la mitad, sólo lo que necesitaba para no verse en la calle a los 85 años, y el resto se lo ha entregado a un hombre enfermo de cáncer porque pensaba que lo necesitaba más que ella.

¿Cuántas personas habrían hecho algo así? Muy pocas, porque parece que ahora siempre tenemos menos de lo que realmente necesitamos, cuando es al revés. Sólo las generaciones que realmente han carecido de cosas de primera necesidad es consciente de lo que es necesario o no.

A mi esta historia me ha emocionado y me ha hecho pensar. Pensar en que quizá no deberíamos agobiarnos tanto con las cosas materiales que tenemos o creemos necesitar tener, sino con este tipo de gestos que nos demuestran valores que realmente no tienen precio.

Carmen, con 85 años y analfabeta creo que ha sido capaz de darnos una gran lección a todos: La de la humanidad, lo más grande que tenemos y lo que nos diferencia del resto de animales. Y yo prometo intentar no olvidarla, porque no quiero que el despertar sea así…

 

 

P.D: Ya sé que algunos me habéis echado la bronca pero, por favor, no penséis que me he olvidado de este blog al que tanto cariño le tengo porque es el rinconcito que puedo compartir con vosotros. Lo único que ocurre es que ésta es época de mucho trabajo y, además, estoy embarcándome en otro proyecto del que ya os hablaré si sale bien. 😉

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